lunes, 29 de enero de 2007

AL PRINCIPIO ERA EL LOGOS

En el principio era el Logos, pero un logos aún por desarrollar, un logos en minúscula, exterior a sí mismo, auto-inconsciente, pura potencia de sí. Aun cuando sus partes estallaban y se difuminaban configurando el espacio alrededor suyo, su existencia era básicamente pobre, vacía, quasi i-lógica.
Pero en su interior estaba ya, (ya digo, ignoradamente), el propio Logos que ahora es, y que, en cierto modo, se auto-describe en esta Biblia. Llamémosle “Haber”.
¿Quiere esto decir que yo, el individuo que ha recibido el encargo de redactar estas páginas, soy el Logos, que yo soy el Haber? Sí, ciertamente. Pero también quiere decir que tú, el individuo que ahora está leyendo, también lo es. ¿Cómo es esto posible?
Desde el comienzo el Haber ha ido conquistando espacios (o, más bien, fabricándolos), conquistando nuevos tiempos (o, también, haciendo que los tiempos sean posibles). Pero esto no lo ha hecho en una sola dirección, ni en una sola dimensión. Lo real se ha ido expandiendo a lo largo de las cuatro dimensiones conocidas (tres espaciales y una temporal) y, quizá, también a lo largo de las otras siete que la teoría física de las supercuerdas preconiza. Pero estas cuatro u once dimensiones no son, en el fondo, más que una única dimensión, a saber, la dimensión espacio-temporal. Sin embargo, el Haber, cargado de posibilidades que luchaban por aparecer a la realidad, ha ido abriendo-creando nuevas dimensiones por las que ha derramado su poder. La primera de ellas fue LA VIDA.
Una piedra, una montaña, una chispa eléctrica (o un electrón mismo), una estrella, una gota de agua... son todos ellos elementos que están fundidos plenamente con la realidad. O, mejor, son ellos mismos la pura materialización de lo real. Existen, están ahí, son algo, son reales... pero ellos nada saben de sí mismos. Su ser consiste en ser pura exterioridad; sus actos son pura mecánica de acción-reacción, impulsos, cinética pura, química elemental. Su existencia, (la existencia de un bloque de mármol, por ejemplo) es ciega, fría, plana, absolutamente inconsciente. En un mundo de objetos inertes el fulgor más brillante de una estrella equivale a una absoluta oscuridad, el estruendo de una explosión galáctica es puro silencio... “Existir”, siendo algo en realidad, siendo puras cosas muertas, es casi equivalente a “no existir” (casi).
Pero lo real, sin saber cómo ni por qué, como por un impulso interior que manara de la mismísima explosión primigenia que hizo aparecer el universo en el primer instante, ha ido mezclándose, combinándose, retorciéndose azarosamente hasta conseguir aglutinar trozos de materia en un organismo... ¡vivo! Y “vivo” no significa otra cosa que “independiente”, esto es, autónomo, auto-suficiente, capaz de valerse por sí mismo, capaz de moverse impulsado por una fuerza, no ya exterior, sino interior...; “vivo” significa “libre”. Ya no es química elemental, ni cinética pura, ahora es vida. La vida (una bacteria, un liquen, una secuoya gigante...) supone ya la capacidad de ser “otro”, de vivir separado de “lo demás” y de “percibir” el mundo que le rodea. Estar vivo significa estar liberado de lo inerte, esto es, de la “inercia”. El animal (y el vegetal, aunque menos) es capaz de ver el mundo que le rodea, de sentir los estímulos de su entorno,... pero tiene una carencia fundamental, una esclavitud aún no superada: no puede verse a sí mismo. La conciencia animal es una conciencia mono-direccional o lineal ya que el ser vivo no humano, pudiendo percibir el mundo, es incapaz de percibirse a sí mismo percibiendo el mundo; ve, pero no sabe que ve; vive, pero no sabe que vive. El ser vivo aún está fundido con lo real, atrapado en la oscuridad de la inconsciencia de su propia vida... y de su propia muerte. Pero la oscura vida del animal no lo es tanto como la absolutamente negra vida de una piedra. De hecho la pequeña luz de la conciencia animal fue la abertura por donde escapó el ser humano liberándose plenamente.
Por tanto, la vida constituye una dimensión nueva del existir, un modo nuevo de ser en el mundo, una faceta nueva del Haber.
Y por ahí, como un torrente irrefrenable que va horadando todo lo que encuentra a su paso, el potentísimo Haber, continuó su camino tratando de abrir nuevas dimensiones de lo real. Y entonces surgió la que por el momento ha sido la última dimensión conocida: la autoconciencia humana.
Las “azarosas” combinaciones genéticas de la evolución, impulsadas por la misma fuerza primigenia que dio origen a la vida misma, hicieron posible que una especie (los homínidos) abrieran de veras sus ojos a la existencia y se reconocieran a sí mismos como existentes. Entonces se pronunció la frase liberadora de la humanidad: “Yo soy yo”. Es la denominada auto-conciencia o conciencia refleja. El ser humano, sin necesidad de espejo físico alguno, se ve como reflejado (de ahí el término “reflexión”) de tal modo que se reconoce a sí mismo como existente y como distinto e independiente del resto de las cosas que también existen. Y esta liberación que hace posible que se escinda lo real en dos (“yo” y lo demás, esto es, “lo no-yo”) es lo que denominamos la libertad metafísica.
El ser humano, pese a pertenecer (en cuanto materia y en cuanto ser vivo) a lo real como cualquier otro ente, ha sido capaz de liberarse de los invisibles cadenas de la inconsciencia y ha logrado así ser metafísicamente libre.
Precisamente la propia racionalidad que nos ha permitido liberarnos de la ceguera de una vida inconsciente, también nos separa de nuestros lazos férreos que nos ataban a la naturaleza haciéndonos en cierto modo “antinaturales”. Ya no somos naturaleza, y lo sabemos. Ya no tenemos naturaleza (como decía Pico de la Mirándola). Esa racionalidad que nos hace metafísicamente libres nos arroja a una vida indeterminada y abierta y nos pone en la tesitura de tener que elegir qué tipo de seres queremos ser, cómo queremos vivir. La libertad metafísica nos fuerza así a ser moralmente libres. De ahí que dijésemos que era condición sine qua non de la libertad moral. Provenimos de la naturaleza pero hemos dejado de “tener” una naturaleza en cuanto que hemos dejado de “ser” naturaleza. Ahora, la razón que nos ha liberado de la inmediatez, la razón que media entre el yo y el no-yo debe proveernos de una visión de futuro que nos indique qué queremos ser, a dónde queremos llegar. Tenemos que proyectar lo que, de ahora en adelante, queremos que sean nuestras vidas. Tenemos que hacernos a nosotros mismos.
Sin embargo, antes hemos dicho que lo real, el Haber, se escinde en dos en el momento de aparecer la autoconciencia: lo yo y lo no-yo. Y este, aún no es el último estadio de la dimensión auto-consciente en la que nos encontramos. El Haber, siendo UNO, está escindido, es múltiple puesto que múltiples son las conciencias humanas y múltiples se le muestran a estas conciencias las realidades del mundo. Es necesario abrir una nueva brecha en el desarrollo de lo real para que, no yo, no tú, sino el propio Haber se haga auto-consciente.

lunes, 22 de enero de 2007

GÉNESIS

Al comienzo de todo no había tiempo. No puede hablarse del "momento" en el que nada había porque, puesto que la nada no es nada, la nada no puede existir (no puede "haber nada"). De modo que, si quisiésemos imaginarnos cómo sería el mundo antes de haber mundo, estaríamos condenados al absurdo: antes de haber mundo no había mundo y, por consiguiente, no había tiempo. Por tanto, no puede hablarse de un momento "antes" de la existencia del mundo. Sin embargo, tampoco puede afirmarse racionalmente que, puesto que no había mundo, ni aun tiempo o espacio vacío, había nada. Eso también es imposible.
La nada no es sino una ilusión que se forma en la mente humana precisamente por el hecho de que el ser humano sabe de la existencia del mundo y de la existencia de sí mismo. El individuo humano sabe que él existe, que está vivo y sabe que, como cualquier ser vivo, del mismo modo que nació, morirá. Entonces miramos a nuestro alrededor e imaginamos qué pasaría si todo cuanto nos rodea, como si el mundo fuese un conjunto inmenso de individuos, desapareciera. Nos hacemos la idea de que todo tuviese una especie de muerte y que la realidad desapareciese... Y se aparece ante nosotros la idea fatal: ¡No habría nada! Al mismo tiempo, imaginamos cómo serían las cosas si, como sucedió con nuestro propio nacimiento, aún no hubiese nacido ninguna de las realidades del mundo. “¿Qué habría antes del nacimiento de la realidad?”, nos preguntamos. Y, de nuevo, la idea recurrente: ¡No habría nada! ¡No habría ninguna realidad! Y, llegados a este punto, alcanzamos la falaz conclusión: antes del ser, antes del mundo lo que había era “la nada”.
Pero afirmar la existencia de la nada, afirmar la existencia de la “no-existencia” es un patente absurdo. Decir “existe la nada” es un galimatías inaceptable por nuestra razón.
¿Qué había, pues, al comienzo de todo? Evidentemente lo único que podía haber es “ser”, realidad. En el mismo acto aparecieron la realidad y el tiempo, en el mismo “instante” apareció el primer instante con el primer destello de realidad. Preguntar por la existencia de algo “antes” de la aparición del tiempo y de la realidad es un sinsentido al que nuestra razón no puede acceder.
¿Podemos decir, entonces, que la realidad es eterna? ¿que ha habido ser, Haber desde hace infinito tiempo? No exactamente. Podemos decir que el ser (el “Haber mundo en vez de no haberlo”) ha existido siempre, esto es, no ha habido un momento en el que no existiera realidad alguna. Pero no podemos decir que el tiempo que podemos recorrer hacia el pasado buscando el primer principio sea infinito. El mundo, la realidad, la existencia, el Haber tiene un principio, un primer instante, un primer aparecer.
Puede pasarnos que caigamos en la falacia de preguntar “quién fue la causa de ese primer instante”, o más concretamente, “quién creó el mundo”, pero entonces estaríamos pretendiendo afirmar que antes del tiempo, antes de la aparición de lo real había algo (había un tiempo –esos instantes previos- y había una realidad –ese creador o demiurgo-); sin embargo, ya hemos dejado claro que preguntarse por ese instante anterior al tiempo o por una realidad anterior a la existencia de la realidad es un absurdo.
No nos queda otra posibilidad racional que afirmar que la realidad (unida indisolublemente al tiempo así como al espacio) surgió por sí misma, desde sí misma, sin necesidad de elementos previos que la posibilitaran. Podría decirse metafóricamente que, en una especie de suspensión atemporal, todo lo real estaba como latente (en potencia) esperando la oportunidad de mostrarse, de desenvolverse, de abrirse al mundo y asentarse como realidad.
Y fue entonces cuando, desde ese punto de infinita energía (o “infinita potencialidad”) y de pequeñez también infinita (equivalente a ausencia de espacio y de tiempo) aparece, explosivamente (Big-bang) lo real. De buenas a primeras, sin causa exterior posible desde la que surgir. ¿Dónde queda Dios o los dioses en esta historia? No lo sé. Desde luego no pueden estar antes del mundo, antes de la realidad. Lo real, la existencia, el Haber del que (los dioses, o el Dios) quizá formen parte, no dependen de dichas deidades. Son los dioses quienes, en todo caso, dependerían del mundo. Y si los dioses fuesen ajenos a la realidad... pues entonces serían no-reales, esto es, inexistentes.

domingo, 21 de enero de 2007

Presentación

Estimados congéneres:
Desde siempre el ser humano tuvo la necesidad de encontrar las respuestas a aquellas preguntas que, sin saber de dónde, le asaltaban a cada paso. Desde que el hombre tuvo la llama de la razón ardiendo en su interior quiso saber por qué debía morir, cómo debía vivir y para qué. Pero no es fácil encontrar las respuestas y sí lo es dejarse guiar por cualquiera. Desde los comienzos algunos individuos, los más favorecidos por la capacidad de la abstracción, han captado en el mundo una fuerza, unas cualidades sorprendentes y han tratado de interpretar esas señales para satisfacer aquel impulso de saber. Pero casi siempre han confundido los signos que la realidad les ha transmitido y han desviado el camino de la razón para adentrarse en los oscuros dominios de las creencias, los misterios extra-naturales, los poderes espirituales, el más allá. Las religiones, muestras inequívocas del error humano (y, muchas veces, vehículo maligno para el dominio y el control de los hombres por los propios hombres), han triunfado en todas partes y en todos los tiempos.
Pues bien, ahora me dispongo a transcribir unas páginas hace tiempo olvidadas que, por casualidad o destino (qué más da) han llegado a mi poder y con las que pueden resolverse muchas de esas preguntas ancestrales que tantos quebraderos de cabeza han proporcionado a la especie humana.
La verdad ha estado siempre ahí fuera, al alcance de cualquiera, pero ha sido ignorada porque grandes e interesados poderes fácticos en todas las épocas han desviado nuestra atención y han contaminado nuestras mentes con tradiciones antinaturales y con ideas irracionales, de modo que lo evidente se ha hecho invisible para los ojos de la mayoría.
Progresivamente iremos analizando nuestras propias tradiciones y creencias e iremos desvelando la verdad palpable que nos rodea cada día, e iremos respondiendo a esas preguntas que, inevitablemente, desde que somos capaces de vernos a nosotros mismos, no tenemos sino que hacernos.